Tanto amor.

Me llevo la mano al pecho. Duele. Es un dolor punzante que consigue por un segundo descolocarme por completo. Hemos aprendido a convivir pero eso no significa que el dolor sea más tenue. A veces aprieta tanto que tengo que usar todas mis fuerzas para no dejarme llevar por él. Cierro los ojos y cuento hasta diez, haciéndome entender que por mucho que duela no se va a parar.

Ese dolor es mi amor: que desborda, lucha por salir e intenta difundirse entre mis costillas, consiguiendo quitarme la respiración, guardándola cuidadosamente en la maleta. Creo que intenta irse pero que no lo hace porque tampoco sabe hacia dónde ir, por eso se retuerce, entra y sale, dejando herida y como un animal salvaje intenta romper la carne sin pedir perdón. Tanto amor pero ¿para quién? ¿a dónde va a ir mi pobre corazón? Le digo que pare y que deje de moverse tanto, que ya llegará alguien que le reciba. Él me responde que deje de buscar; que no sea tonta, que ya he encontrado a ese alguien. Que abra la puerta y le deje marchar.

Porque solo calla cuando las ve a ellas. Ellas, mis cartas de amor. Con sus dulces sonrisas, con sus ceños fruncidos y con sus grandes ojos. Ellas, que se asemejan a las vocales de mi abecedario y que componen el esqueleto de mi lenguaje. Que deje de buscar porque ellas ya lo son todo. Que mi corazón es suyo y les pertenece en su totalidad. Que les de la llave de mi caja fuerte, porque ellas sabrán cuidarla.

Déjame salir, me pide el amor, y dejaré de hacerte daño. Añade un por favor y yo finalmente me despido de él, porque sé que va a llegar a casa a salvo. Llegará en forma de una carta, con buena letra y muchas ganas. En forma de un abrazo, de esos que dejan marca y en los que se aprieta fuerte antes de soltar. En forma de un beso en la mejilla y de una canción pasajera. O en forma de una carcajada sincera que solo comparto cuando están ellas. Un verso, un libro, una anécdota…

Porque mi corazón deja de retorcerse y comienza a latir cuando las divisa. Y mis músculos se destensan y mis ojos se iluminan. ¿Es esto el amor?, le pregunto a mi desdichado corazón. Da medio latido para decir que sí y luego, pausadamente, pregunta que si le dejo salir. Abro mi pecho y dejo que fluya. Ahora mis costillas no duelen y el pinchazo del pecho desaparece. Doy una bocanada de aire y las miro a ellas. Son mi calmante, lo más preciado que tengo.

Son lo que mi amor ha elegido y el hogar al que mi corazón se dirige con paso danzante.

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